lunes, 30 de noviembre de 2009

CREAMFIELDS

Una desiderata invasiva me hace sombra en esas sombras de luces que eyectan sus filamentos entrecruzados y coloridos a la par del extasis que fluye en escaladas que llegan a revoluciones portentosas cuando los pinchazos van haciendo la introducción a las pistas mas ponderadas. Mi desiderata tiene que ver con el viaje que debí hace y no hice involucrándome así en ese zafarrancho de desboques y corazonadas donde la metamorfosis campea. Fui desempolvando mis desenfados que los deje enmoheciendo en mi vergel que de vergel ya solo tiene brozas y sarmientos secos. Fui porque estaba mi palabra en juego a pesar que no comulgo con la estridencia sicodélica. Creamfields es algo así como un averno al que sus fachas pintan como un edén de desapasionamiento, es decir la gentita no va alli a estar buscando engarces o copula, al menos no explícitamente, allí van a dejar sus loas al desenfreno que se lleva toda la carca que llevan dentro, o sino las que llevan otros. El ambiente se impregna.

Que si me gusto? Pues tengo que reconocer que sí pues hubo un momento en el que mis defensas fueron sucumbiendo a ese retiñido que me emplazaba a desmonsearme. Y pues empecé con esos pasitos roboticos, estrambóticos, mezcla de esclerosis y elasticidad, de dobles, desdobles y zangoloteos. Mi sofisticación llegó, y eso que no lo busqué cuando prorrumpió la tonada de Etienne de Crecy. Loquerío total para mis sentidos. Mis jaeces de caballo circunspecto se hicieron añicos, me volví un jumento silvestre que hace coces, que mueve la cola, que se deja llevar por la gravedad y que poco mas y me ponía a gatear en la llanura de ese Termopilas donde en vez de lanzas los combatientes alzaban sus celulares..

En la cordura de estos mis días y estando ya del otro lado de la orilla rememorativa puedo decir que mi incursión en esa experiencia fue poco menos que un enrevesamiento en el que bien puedo argumentar que mis sentidos fueron secuestrados o que fui dopado para llegar hasta allí. Pero eso no sería veridico. Fui, agarré viada, y cuando salí solo tenía hambre. Comí, me dio sueño, y al irme a jatear me metí una corrida dormilona de casi 16 horas.
Ahora que estoy sobrio puedo decir que fue un chubasco de criminalidad contra mi buena costumbre de no caer en excesos y contra mi oido incipientemente refinado por la buena y verdadera musica. Pero ni modo a veces tomo pendientes tribales, pendientes que me llevan a transfigurarme en un inefable australopiteco.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Despistando al animal que llevo adentro

Miradas secas que se fosilizan en la añadidura de estos días tóxicos. Hay una mortaja que cubre el cadáver en el que me convierto por unas horas mientras camino por allí figurándome ser un explorador en esta jungla cuyo Tarzan cada vez se va quedando mudo. Hay un reflujo condescendiente que no escatima en hacerme guiños. Son los guiños de la desaprensión. Tengo mucha fortuna de poder escabullirme del cadalso consuetudinario de estos días tan entorchados de iracundia, falsedad, desconfianza, vorágine y mucha, mucha grasa.

Acechos raros, pesadillas con tentativas de ser cristalizadas, aparecen en mi mente anquilosada de racionalidad. Estoy agarrando la manía de ir a los acantilados miraflorinos para sumergirme en una abstracción que tiene la virtud de calmarme. Inciensos futuristas vienen jaloneados por el humo de los cigarros que dejo que la intemperie consuma.

Mis pasos se hacen extraños. Siento que una conflagración se pergeña dentro de los bunkers donde mis muchos “yo´s” están reposando esperando prenderse con esa chispa que inesperadamente habrá de llegar exponiéndome a las objeciones recelosas del conciliábulo crítico. Tal vez haya algo de razón en ese recelo puesto que en las ensenadas de mis fijaciones aparentemente calmosas un animal, el animal que llevo dentro, reluce en el altozano cual lobo medianochero que aulla infatigablemente, yo le pongo mute y lo despisto para no acabar al menos por el momento como su bocado, que cuestiones aparte cuando lo sea mi piedra de toque, mi capacidad de discernimiento, hará que mi balanza frente a la vida disminuya el repelús al apagón paulatino de mis sueños secretamente albergados. Cuando llegue ese día la rutina me habrá decapitado.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Albricias de una nueva oportunidad

La viejecita que camina llevando la bonita cesta que se columpia en su antebrazo, que lleva el perfume de santa que le hacen ganarse una irreductible simpatía, que hace crispar su soledad dándoles de comer a los pajarillos que vienen a su pequeño jardin, lleva un sarcófago de vivencias tremebundas, lleva un gramófono de los quejidos más indelebles, lleva los óleos de la compunción mas sañuda. Nunca conoció a sus padres, se crió en un orfanato donde la azotaban con pencas, huyó, sobrevivió a dos razias en las que el aire dinamitaba con su polvareda el fértil suelo de las tierras en las que ella se dio cuenta que era incapaz de dar vida. Huyó nuevamente, la miseria la llevó a trajinar leoneras, esas casas de citas que dicen sirven para sacar de apuros, pero ella se metió para quedarse bastantes años, conoció a un truhán que se adueñó de ella doblegándola y esclavizándola, no fue necesario darle muchas vueltas para consumar el episodio patibulario donde se vengó desollándolo y quemándolo, huyó otra vez, enfrentó el cáncer, enfrentó la soledad, los escupitajos de un nuevo continente donde la veían como espécimen de sub-orden, hizo dinero refinando su mancebía, ahorró lo suficiente, volvió a su país con los carteles de gran dama del viejo mundo, compró un bonito chalet donde conservaba una foto que la enternecía, era la foto que se tomara en la Place de la Concorde con una niña que tenía el mismo color de sus ojos, la misma forma de su nariz, el laceado de su cabello, (era su vivo retrato solo que en pequeño), y ahora muchas décadas después de que el soplete hubo estado candente, la frialdad del otoño, la musica bethoviana y sus rosas, la tienen como dopada de su pasado que no le place rememorar, quiere traslapar ese estigma de haber pertenecido a las filas de las ejercitadoras del oficio mas antiguo del mundo con otro oficio mas antiguo aun, el oficio de esculpir (Dios esculpió al humano y el humano la civilización) la inservibilidad guardada en su psiquis queriendo convirtirla en una nueva oportunidad donde el sol le caiga a la cara sin chamuscarla con sus rayos acusadores y el respeto se asperje por donde fuera con un “Ma belle madame, le jour est plus beau à votre grâce”